Las manos negras de Frankiln se mezclaban con la basura del Gran Tacho.
Se acercaba la navidad y él tenía entendido que debía dar algo, a alguien querido.
Entonces recurrio al Gran Tacho.
El Gran Tacho estaba detrás del Centro Comercial, y era ahí donde él, y el resto de los niños de la noche podían encontrar sus tesoros, y aveces, hasta algo de comer.
Ese día Franklin buscaba algo para su madre.
Había pasado horas en el Gran Tacho, sin rastro de nada que pudiera ser agradable para su madre.
Estaba llegando la madrugada y tenía frio.
El viento helado de Quito se metía por los gigantescos hoyos en su camiseta ¡Cómo le hacían falta un par de zapatos!
Olvidandose del frio después de una gran inhalada de soluca, continuó con la búsqueda.
Debajo de un montón de bolsas negras y verdes, encontró una pelotita roja brillante, brillantísima. ¡Esto es!
La gran bola roja brillaba ante sus ojos.
Nunca había visto nada igual.
Su rojez lo cubrió por completo y lo cegó una luz blanca, blanquísima.
De un momento a otro Franklin dejó de tener frio, y un vapor de mal olor se respiraba en el aire.
Se encontraba en otro lugar.
Todo brillaba en una blancura que él jamás había visto.
Lentamente, empezó a voltearse.
A sus espaldas un gran espejo con bordes dorados mostraba su cuerpo. Desnudo.
Él se miraba sorprendido.
De pronto un chorro de deliciosa agua tibia caía por su cuerpo y unas esponjas flotantes empezaron a limpiarlo.
Ahí descubrió que su cuerpo no era de ese color café oscuro. ¡Hace cuanto que no se daba un baño!
El agua tibia recorría su espalda y mojaba su cabeza, y una sensación que no había experimentado antes lo invadía. El placer.
De pronto el chorrito desaparecio y las gotas de agua que quedaban sobre su cuerpecito flaco rápidamente se absorvieron.
Volando también apareció una camiseta blanca con una franja verde en la mitad, el alzó los brazos y la camiseta lo vistió.
Un pequeño calzoncillo verde se acercó, y Franklin levantó un pie, después el otro y el calzoncillo lentamente subió por sus piernas.
Una pantaloneta azul obscura llegó y un par de medias blancas también.
En ese momento, un par de zapatos deportivos (los que el siempre había soñado en tener) se acercaban hacia él.
Eran blancos, con pequeños agujeros debajo que al pisar emanaban lucesitas rojas. A los lados, unas líneas Azules que se mezclaban con la blancura de las suelas.
Estaba nuevos, nuevísimos.
Franklin deslizó su pie dentro del zapato izquierdo, luego el derecho.
Una puerta se abrío y un olor impresionante lo invitó a pasar.
Dentro una fila interminable de mesas llenas de comida y un montón de gente que lo saludaba y aplaudía.
Pronto, diviso en la cabeza de la primera mesa una silla vacía.
Franklin salivaba del hambre.
Nunca había visto tanta comida en su vida. Pollo, cerdo, arroz, tallarines, y cosas que el no reconocía pero que se veían deliciosas.
Entonces se sentó sobre la silla. Grande y roja.
De repente los platos de comida empezaron a ponerse delante de él.
No recordaba la ultima vez que habia comido tanto.
Cuando estuvo completamente satisfecho, la sala desapareció.
De nuevo la blancura lleno el espacio. El espejo con bordes dorados apareció nuevamente.
Èl se miró y casi no pudo reconocer su imagen. Una pequeña barriguita asomaba por debajo de su camiseta.
En sus cachetes un color rojizo que nunca antes había percibido.
Sus ojos brillaban, sus brazos y piernas regordetas.
Apenas termió de mirarse, el cuarto cambió. Y bajo la luz de la chimenea una cama gigantesca aparecía al lado del un gran pino.
Franklin se acerco al árbol y lo encontró decorado con lucesitas de todos los colores, y adornos varios.
No sabía el significado del árbol; Lo único que recordaba era que muchas veces su padre muchas veces había trabajado armando el gran árbol fuera de uno de los Centros Comerciales de la ciudad.
Muchas pelotitas rojas colgaban del árbol.
Y recordó la pelotita que había encontrado en el Gran Tacho para regalársela a su mamá.
¿Pero qué era eso a lo que le llamaban Navidad?
¿Porqué el nunca había tenido una?
Su madre de pequeño lo encerraba en una caja para que durante las fiestas "no le de ganas de festejar"
Pero después de los ocho años ya no podía atraparlo para meterlo en la caja y así Franklin se enteró que existía algo que se llamaba Navidad y que en esos días y que en esos días se tenía que dar algo a alguien querido.
Caminó de pasos lentitos a la cama gigantesca.
Fue desvestido por la nada y vestido con una piyama de avioncitos y nubes.
Subió a la cama y cerró los ojos.
Por primera vez, se sentía feliz.
Ese día sus panas le habían contado del Gran Tacho que estaba detrás del Centro Comercial y que en esos días solía estar lleno de tesoros y que ahi encontraría el regalo para su mamá.
Pero que tenga cuidado, que no vaya solo porque al guardia le gustaba emborracharse y disparar.
Franklin no tenía miedo, así que se aventuró a ir solo.
La fotografía de la primera página del Extra mostraba la imagen de un pequeño niño de la calle frente a un tacho de basura quien había sido abaleado por el guardia borracho del Centro Comercial.
En su mano derecha tenía una pelota roja y en su boca una sonrisa.
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