Doble chapa en la puerta de afuera, doble chapa abajo, doble chapa arriba arriba y cadena en la puerta de adentro. La pastor alemán en el patio ladrando a quien se acerque a más de medio metro de la puerta. Candado en la puerta de la del patio de atrás, aldaba en la puerta de la terraza. Seguro en la puerta del cuarto.
Viviendo en un encierro.
Caminando apresurados por las calles buscando el rostro menos feo para sentarse junto a el/ella en el bus, ver el nombre de la compañía de taxis del que estás a punto de abordar. Mirar atrás cada minuto para confirmar que nadie te está siguiendo.
Viviendo atemorizados.
Vivimos en la sociedad del miedo. Le tenemos miedo a todo y a todos.
Las caras nos "dicen" quien es, y quien no es digno de nuestra confianza y el color de la piel más obscuro de ciertos seres humanos nos aterra.
Vamos por las calles apretando nuestras pertenencias personales o con la mochila colgada al pecho.
Desconfiamos de todo y de todos.
La mujer que trabaja en la casa es la culpable de las frecuentes desapariciones de jabón, papel higiénico y azucar en el hogar.
Buscamos culpables para nuestros miedos, sin darnos cuenta de que somos nosotros mismos los culpables de los mismos y que, definitivamente, a quien más deberíamos tenerle miedo es a nosotros mismos.
Vivimos en la sociedad del miedo, temiendo perder lo que el esfuerzo de nuestro trabajo (o el de nuestros padres) nos ha dado.
Tememos perder objetos materiales que nos causan cierta satisfacción al ser utilizados.
Hace algunos días me subí al bus que me llevaba a la Universidad. A la altura de la U Central, una mujer de edad subió al bus completamente lleno, un muchacho que estaba en la tercera fila se levantó y amablemente cedió su asiento a la señora.
Viviendo en un encierro.
Caminando apresurados por las calles buscando el rostro menos feo para sentarse junto a el/ella en el bus, ver el nombre de la compañía de taxis del que estás a punto de abordar. Mirar atrás cada minuto para confirmar que nadie te está siguiendo.
Viviendo atemorizados.
Vivimos en la sociedad del miedo. Le tenemos miedo a todo y a todos.
Las caras nos "dicen" quien es, y quien no es digno de nuestra confianza y el color de la piel más obscuro de ciertos seres humanos nos aterra.
Vamos por las calles apretando nuestras pertenencias personales o con la mochila colgada al pecho.
Desconfiamos de todo y de todos.
La mujer que trabaja en la casa es la culpable de las frecuentes desapariciones de jabón, papel higiénico y azucar en el hogar.
Buscamos culpables para nuestros miedos, sin darnos cuenta de que somos nosotros mismos los culpables de los mismos y que, definitivamente, a quien más deberíamos tenerle miedo es a nosotros mismos.
Vivimos en la sociedad del miedo, temiendo perder lo que el esfuerzo de nuestro trabajo (o el de nuestros padres) nos ha dado.
Tememos perder objetos materiales que nos causan cierta satisfacción al ser utilizados.
Hace algunos días me subí al bus que me llevaba a la Universidad. A la altura de la U Central, una mujer de edad subió al bus completamente lleno, un muchacho que estaba en la tercera fila se levantó y amablemente cedió su asiento a la señora.
La mujer agradeció el gesto.
El muchacho caminó hacía la primera fila (yo estaba sentada en el motor, viendo hacia el final del bus) y se inclinó ligeramente hacia la chica que estaba delante de él.
Utilizó su mochila para cubrir ligeramente la visión de la chica, y con la mano que tenía libre, empezó a hurgar en los bolsillos delanteros de su bolso.
Por primera vez utilicé una de las cosas que más odio. Pspisie al cobrador, quien me miró y a quien yo mostré con mis ojos, la escena que acontecía frente a mí.
El cobrador lanzó un gran: OYE! Lo tomó del brazo y lo bajó del bus.
Recordé entonces por que tengo que ser más desconfiada.